Perspectivas futuras de la globalización en tiempos de fragmentación

¿Cuál es el futuro de la globalización ante la fragmentación actual?

La globalización, entendida como el proceso que ha impulsado la integración y la interdependencia económica, cultural y tecnológica entre las naciones, está experimentando una transformación profunda ante las crecientes fuerzas de fragmentación. Este fenómeno, que durante décadas ha favorecido la libre circulación de bienes, capitales, ideas y personas, ahora enfrenta desafíos complejos que exigen un análisis detallado de sus futuras dinámicas.

La era dorada de la globalización: bases y logros

Durante las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del XXI, la globalización fue sinónimo de prosperidad creciente para gran parte del mundo. En 1990, el comercio mundial representaba cerca del 39% del PIB global; para 2008, este indicador superó el 61%, impulsado por acuerdos multilaterales, la aparición de bloques económicos como la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y la integración de economías como China e India a los circuitos globales.

Además del intercambio comercial y la inversión, la circulación global de información y saber facilitó la propagación de tecnologías innovadoras, la conexión digital a gran velocidad y la creación de cadenas de valor globales. Compañías como Samsung, Apple o Toyota desarrollaron estrategias de suministro a nivel mundial, mejorando la eficiencia y reduciendo los gastos.

Las fuerzas actuales de fragmentación

Aunque se han conseguido avances, en los últimos diez años surgieron procesos de fragmentación. Los conflictos comerciales, dominados por fricciones entre Estados Unidos y China, han provocado divisiones significativas en los flujos de tecnología y comercio. Tras 2018, la aplicación de tarifas y la imposición de restricciones tecnológicas desencadenó un movimiento de reubicación de cadenas de suministro y la popularización del concepto «friendshoring», que se refiere a trasladar la producción a naciones vistas como aliadas geopolíticamente.

Paralelamente, la crisis financiera de 2008 expuso debilidades sistémicas, acentuando el escepticismo sobre las bondades de los mercados globalizados. Esto se tradujo en ascenso de movimientos populistas que cuestionan la apertura económica, promoviendo medidas proteccionistas y renegociación de tratados internacionales.

Un ejemplo destacado es el Brexit, que fusiona preocupaciones sobre migración, economía e identidad nacional, estableciendo un punto de inflexión en la división de un bloque económico tan fuerte como la Unión Europea. Por otro lado, la pandemia de COVID-19 puso en relieve las debilidades causadas por el exceso de dependencia de proveedores foráneos, fomentando discusiones sobre la soberanía en salud, la independencia en el suministro de alimentos y la capacidad de recuperación de las cadenas globales.

El conflicto reciente en Ucrania ha agudizado la división geopolítica y la reorganización de alianzas. Europa Occidental ha intensificado su desvinculación energética de Rusia, mientras que Rusia y China fortalecen sus relaciones comerciales y tecnológicas, fomentando alternativas al sistema global convencional.

Influencias de la tecnología y su efecto en la dispersión

La tecnología, base fundamental de la globalización, ahora puede funcionar como un factor de fractura. Un ejemplo de esto es el término «splinternet», que ilustra cómo la internet se fragmenta en esferas reguladas y manejadas por gobiernos, afectando la neutralidad y la universalidad de la red. Naciones como China y Rusia han levantado cortafuegos y mecanismos de control que restringen la interoperabilidad mundial y establecen sus propios criterios.

En la industria de semiconductores, la competencia por la supremacía tecnológica ha generado limitaciones en la exportación y un desarrollo simultáneo de capacidades internas. Estados Unidos, junto con la Unión Europea y China, han implementado estrategias industriales para gestionar el ciclo total de componentes esenciales, fomentando la fabricación nacional y apoyando la investigación estatal con subsidios.

El desafío de la administración global

La gobernanza global enfrenta una crisis de legitimidad y eficacia. Organismos como la Organización Mundial del Comercio o la Organización Mundial de la Salud han visto mermada su capacidad de arbitraje y coordinación ante la presión de intereses nacionales. Los intentos de establecer normas comunes en temas como privacidad de datos, sostenibilidad ambiental y regulación de plataformas digitales tropiezan con divergencias profundas entre potencias.

La división en regulaciones puede resultar en una variedad de requisitos que no son coherentes entre sí, aumentando los costos del comercio y deteniendo el progreso en la implementación de tecnologías. Un ejemplo de esto son las discrepancias entre el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea y las normativas de privacidad de Estados Unidos, que han creado obstáculos administrativos que dificultan el intercambio de datos a nivel internacional.

Desigualdad y exclusión: el costo social de la fragmentación

La globalización ha sido criticada por aumentar la desigualdad entre países y al interior de las sociedades. El avance de la fragmentación amenaza con profundizar viejas brechas. Países en vías de desarrollo, tradicionalmente integrados como eslabones de bajo valor agregado en cadenas globales, pueden enfrentar mayores dificultades para acceder a mercados y tecnologías si persisten las tendencias de desacoplamiento y proteccionismo.

América Latina, por ejemplo, experimenta enormes retos para insertarse en la economía de la innovación frente a la guerra tecnológica entre Estados Unidos y China. El acceso desigual a vacunas y recursos médicos durante la pandemia mostró con crudeza las tensiones distributivas asociadas al nacionalismo económico.

Oportunidades recientes en un entorno dividido

No obstante, la fragmentación puede abrir oportunidades para ciertos actores. Países como México o Vietnam han capitalizado la relocalización industrial impulsada por la guerra comercial, atrayendo inversiones gracias a su proximidad geográfica o afinidad política con los grandes bloques. Así, el fenómeno conocido como “nearshoring” transforma la geografía manufacturera global y puede fortalecer el desarrollo de proveedores regionales más resilientes.

En materia de sostenibilidad, la fragmentación puede propiciar experimentación normativa. Algunas regiones líderes, como la Unión Europea, avanzan hacia modelos productivos basados en economía circular y bajas emisiones de carbono. Estos estándares, eventualmente, pueden irradiarse a otros mercados como incentivos reputacionales y de acceso comercial.

Futuros pronósticos y escenarios potenciales

El futuro de la globalización será probablemente más complejo, diverso y menos homogéneo que en los años de integración máxima. Es posible que surjan circuitos simultáneos: algunos mercados, sectores o regiones mantendrán altos niveles de conectividad y cooperación, mientras otros se aislarán por razones geopolíticas, tecnológicas o normativas.

Este entorno multipolar presenta desafíos para la colaboración internacional y la administración de bienes públicos mundiales, como la salud durante pandemias, el cambio climático y la regulación de la tecnología. La conexión entre la fragmentación y la globalización demandará estrategias adaptativas, innovación en regulaciones y coaliciones flexibles.

La globalización, en lugar de extinguirse, se transforma. Avanza de una fase de universalidad y eficiencia operativa a otra de diversidad, resistencia y, a veces, competencia estratégica. En este contexto renovado, aquellos que consigan integrar inteligentemente su participación, impulsando la innovación tecnológica local y abriendo sus mercados de manera selectiva, estarán en una posición más favorable para enfrentar los retos de un mundo que está cada vez más interconectado pero claramente fragmentado.

Por Sandra Gomez