“Una orilla de gigantes de los mares. Etnografía integrada de la logística globalizada”, de Claire Flécher, La Découverte, 224 p., 22 €, digital 16 €.
Todavía imaginamos con demasiada frecuencia a los marineros como seres libres y a salvo de las turbulencias que sacuden el suelo. Claire Flécher, en su hermoso libro A bordo de los gigantes de los mares, demuestra que estamos equivocados en todos los aspectos. A fuerza de una impresionante investigación –una cincuentena de entrevistas a bordo y en tierra, cuatro estancias en el mar…–, el sociólogo nos adentra en un mundo desconocido, el de la marina mercante, los monstruos flotantes, la logística globalizada donde la gente de mar sufre los efectos de la capitalismo globalizado.
Nos enseña que el transporte marítimo, que hoy figura en 60.000 millones de toneladas anuales, sería pionero en materia de desregulación, con la generalización de las banderas de conveniencia, “forma ejemplar de excepción a las leyes laborales nacionales”. Los petroleros, graneleros y otros buques ro-ro en los que Claire Flécher ha depositado su paquete están inscritos en el registro internacional francés, una bandera adoptada por la mayoría de los armadores franceses. Tiene ventajas innegables: exención de impuestos, elegibilidad para ayudas estatales y remuneración de los marineros de acuerdo con el nivel de vida en su país de origen.
La única limitación es la contratación de un 35 % de ciudadanos europeos: los oficiales. Del lado de los marineros chinos, filipinos, indios, ucranianos o malgaches, sin Seguridad Social, sin vacaciones pagadas y con medio salario, ya que las agencias locales que contratan a los autónomos se embolsan el resto. Se encuentran en cubierta, oxidando, lavando las bodegas, o en la maquinaria, en estas salas calurosas y ruidosas donde el olor del aceite se mezcla con el del fuel oil.
La carrera por la rentabilidad
Los oficiales tampoco se salvan de la carrera por la rentabilidad. Como era de esperar, se les pide que transporten cada vez más, cada vez más rápido, con una tripulación reducida. Como es imposible aumentar la velocidad de los barcos indefinidamente, es necesario ahorrar tiempo en todo lo demás. Así, durante la carga y descarga, el segundo capitán anota el tiempo de cada operación, de modo que en “En caso de litigio entre el armador y el fletador, los documentos firmados se convierten en documentos legales, que permiten saber quién (…) tendrá que pagar las sanciones económicas”. Las escalas en puertos seguros lejos de todo, reducidas a unas pocas horas, son sólo de nombre. Tanto es así que Claire Flécher tiene la impresión de que “el barco nunca para, o muy poco”.
Te queda por leer el 23,71% de este artículo. Lo siguiente es solo para suscriptores.