una mañana en la mejor biblioteca del mundo

una mañana en la mejor biblioteca del mundo

Luce nombre de campeón mundial del realismo mágico y aspecto de ovni noruego, cinemateca sueca o altar mayor del diseño nórdico, pero a la mejor biblioteca del mundo se llega en metro. O en bici. O, mejor aún, en un par de brincos; cruzando la calle y tocando solo el asfalto necesario para no morir calcinado, quién sabe si también licuado, en pleno arrechucho de la millonésima ola de calor estival.

Porque la García Márquez es, además de la mejor biblioteca pública del mundo, una biblioteca de barrio. Un palacio de cristal entre plazas duras y bloques de hormigón más bien anodinos. Un equipamiento cultural de primera en un barrio obrero al que ningún gobierno municipal ha hecho demasiado caso y al que, sir ir más lejos, el metro no llegó hasta bien entrados los noventa, años después de la borrachera olímpica.

«La interacción con el entorno y la cultura local es una de las cosas que más importancia ha tenido en el fallo», asegura, recién aterrizado de Países Bajos, el gerente de Bibliotecas de Barcelona, Ferran Burguillos. «Por eso el premio es un regalo para todo el vecindario y toda la ciudadanía», añade.

A su lado, el premio en cuestión: un pequeño trofeo de cristal que confirma que, tal y como falló el lunes en Rotterdam la Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias, la García Márquez de Barcelona es, además de la joya de la corona del distrito de Sant Martí, la Mejor Biblioteca Pública del Mundo. «Le tenemos que buscar sitio, que no lo teníamos previsto», bromea Sergi Rodríguez, uno de los trabajadores del centro. Por espacio, sin duda, no será: ahí están las seis plantas y los más de 4.000 metros cuadrados consagrados al libro y la cultura y dando cobijo a especies en peligro de extinción como del CD y el DVD. «Mantiene la esencia de la biblioteca pública pero utiliza las nuevas tecnologías para crear nuevos servicios», apunta Burguillos.

Libros apilados

«Es extraordinaria», resume con menos pompa Salvador, un espontáneo que ha abandonado su zona de confort en el Eixample para dejarse caer por «el Guggenheim de La Verneda», como ya han bautizado algunos al edificio diseñado por Elena Orte y Guillermo Sevillano, de SUMA Arquitectura; una imponente estructura que evoca una gigantesca pila de libros y alberga un fondo de más de 40.000 volúmenes y documentos. Un «espacio abierto a la comunidad» en el que la gente lee, estudia, juega, sestea y fantasea.

«Ya nos tocaba tener algo así en el barrio», asegura Montse, vecina de La Verneda, antes de pedir en el mostrador de información un libro «sobre el Pirineo catalán».

-¿Para ir de vacaciones?-, le pregunta la bibliotecaria.

-No, solo para verlo-, responde ella.

Porque a eso, a ver las cosas e imaginarlas, también es a lo que se va a una biblioteca.

En el interior, un patio triangular, luz diáfana y diseño nórdico en madera y cristal. Pufs, reservados con cortinas como de ‘chill out’ ibicenco, salas con ordenadores y una hamaca en la que un hombre se ha echado a leer, ajeno a casi todo, ‘Et vaig donar ulls i vas mirar les tenebres’, de Irene Solà. ¿Más? Estudiantes pegados al portátil, curiosos que husmean entre las baldas de libros reservados (por ahí andan ‘Todo arde’, de Juan Gómez Jurado, y ‘Los asquerosos’, de Santiago Lorenzo), ‘gamers’ que juegan al ‘Call Of Duty’, y críos que se tronchan en silencio con ‘El sulfato atómico’ en el Rincón Francisco Ibáñez.

El espacio, concebido originalmente como una suerte de archivo dedicado al dibujante barcelonés, se ha convertido tras su muerte en un memorial que combina cerca de 500 títulos de ‘Mortadelo y Filemón’, ‘Rompetechos’ y compañía, con un libro de firmas para despedir a uno de los más ilustres vecinos del barrio.

«La biblioteca quiere fomentar la lectura y el vínculo entre las personas», destaca Burguillos mientras el teléfono de la recepción no para de sonar. Cosas de la fama y de un premio que se ha convertido y en imán de turistas y cazadores de ‘selfies’. Así que, para ser una biblioteca, lo cierto es que hay bastante barullo. «La idea es que a medida que vas subiendo encuentres espacios más silenciosos», justifica el gerente.

«Vivir para contarla»

En el exterior, calor asfixiante y una frase de García Márquez estampada en la fachada que confirma que, algo se podía sospechar con el nombre, aquí se rinde homenaje al autor ‘Cien años de soledad’ en particular y a la literatura latinoamericana en general. «La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla», leemos.


Exterior de la García Márquez


ADRIÁN QUIROGA

«Yo estuve en casa de Gabo y el día de la inauguración uno de la radio me quiso entrevistar», vocea de pronto desde el vestíbulo uno de los habituales, algo así como el guardián de la prensa. «¿Quién ha cogido todos los periódicos?», pregunta. Y, sin esperar respuesta, sigue: «Es que la gente coge tres periódicos de golpe y eso no puede ser. Primero uno y luego otro. Igual que el otro día lo del lavabo, que ahora que tenemos una biblioteca tan bonita tenemos que cuidarla», suelta de carrerilla justo antes de esfumarse y dejarnos a todos con la duda de qué diablos debió pasar en los lavabos.

A media mañana, con la seguridad de que los mil visitantes diarios se van a ver rápidamente desbordados, el trasiego de libros a devolver se funde con las felicitaciones y la biblioteca se convierte en un espacio vivo y mágico; un lugar en el Macondo y Mortadelo comparten protagonismo; los recién llegados descubren maravillados que por haber aquí hay hasta estudio de radio; y un busto de García Márquez no pierde detalle desde su rincón en la segunda planta.

Cosas de la vida, o del azar, que vendría a ser lo mismo, la biblioteca comparte manzana, casi pared con pared, con el otro gran equipamiento por el que era conocido hasta no hace demasiado el barrio: el complejo de la Policía Nacional en la rambla Guipúzcoa de Barcelona. Desde hace poco más de un año, sin embargo, los vecinos han ganado una biblioteca que, ahora lo saben, es la mejor del mundo. Se dice pronto.