Plantar árboles en el vecindario salva vidas. No es una intuición o una hipótesis sino la constatación de un estudio científico que toma como base una ambiciosa experiencia cívica realizada en la ciudad norteamericana de Portland y que lleva la firma conjunta de los investigadores del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), un centro impulsado por Fundación La Caixa, y del Servicio Forestal del Gobierno de Estados Unidos.
Todo empezó en 1990. La ONG ‘Friends of Trees’ (Amigos de los árboles), convencida de los muchos beneficios que las zonas verdes aportan a la calidad de vida de los urbanitas, comenzó a plantar árboles en las calles de varios distritos de la ciudad. Tres décadas después, en los últimos días de 2019, había empotrado 49.246 plantones y troncos en la vía pública, pero además guardaba registro detallado de dónde y cuándo se había plantado cada uno.
Gracias a la exhaustiva contabilidad fue posible cruzar los datos de plantación con los de mortalidad por causas no accidentales en esos mismos barrios y calles y, además, lo pudieron hacer teniendo en distinguiendo los fallecimientos de los cinco, diez, quince y hasta treinta años anteriores, lo que permitió valorar la evolución temporal de los resultados. Corrigieron el análisis con la ponderación de otros factores como los ingresos per cápita, los niveles de educación o la composición étnica de cada barrio, elementos con repercusión en las tasas de mortalidad.
La primera conclusión se puede resumir con la idea de que a más árboles colocados en una zona menor mortalidad no accidental (fruto de la enfermedad) hay entre sus vecinos. La máxima se cumplió en todos los barrios estudiados y los mayores beneficios –la mayor tasa de reducción de decesos por 100.000 habitantes en comparación con años anteriores– se dieron entre los hombres y los ciudadanos mayores de 65 años. En los distritos en los que se inició la experiencia, en los que ‘Friends of Trees’ concentró sus plantaciones durante la primera década y media, se observó una reducción de la mortalidad natural del 20% –se retrasó uno de cada cinco fallecimientos–, con un notable descenso de las muertes por dolencias cardiovasculares (6%).
La segunda certeza que aportó la investigación fue que el beneficio de las zonas verdes es mucho más pronunciado cuanto más antiguos (y normalmente más frondosos) son los árboles que naturalizan sus calles. En concreto, los expertos pudieron comprobar que la reducción de la mortalidad en los barrios donde abundan las plantaciones con una antigüedad de al menos 10 a 15 años duplica la de las zonas donde la mayoría de especies vegetales se insertó en los últimos cinco años. En otras palabras, conservar los árboles maduros puede ser muy relevante para la salud pública.
Todos ganan
Los investigadores consideran que la explicación de por qué los árboles más grandes y frondosos tienen un impacto mayor en la salud de los vecinos que los benjamines es que absorben más cantidad de contaminación atmosférica, moderan las temperaturas y reducen el volumen de ruido ambiental, todos ellos factores de riesgo para el desarrollo de enfermedades graves. Pero también aclaran que el trabajo desvela que, pese a la notable ventaja de la arboledas veteranas, todos los barrios de Portland que plantaron árboles –muchos o pocos, antes o después– vieron como se ampliaba de forma significativa la esperanza de vida de sus vecinos.
La tercera aportación del trabajo es demostrar que la apuesta por la vegetación en los barrios es una opción muy rentable. La ganancia, el ahorro social en gastos sanitarios y el derivado de la menor pérdida de años de vida que aportan las arboledas, compensa con creces los costes de plantarlas y cuidarlas. Los beneficios son mil veces mayores que los costes. Sus cuentas indican que plantar y mantener un árbol en los 140 distritos de la ciudad norteamericana podría costar, según los casos, entre 3.000 y 13.000 dólares cada año, pero que el ahorro en vidas salvadas por la esta apuesta natural equivale a 14,2 millones anuales.
Los estudios de ISGlobal certifican que la introducción de zonas verdes en áreas residenciales no solo amplía años de vida sino que tiene otras múltiples ventajas para la salud de las familias. Han comprobado que la exposición de las embarazadas a calles con arbolado y parques mejora el crecimiento del feto, algo que se constata con el nacimiento de bebés con un mayor peso. De igual manera, sus trabajos defienden que los barrios verdes se asocian con una menor tasa de patologías mentales, con un menor consumo de fármacos y con menos visitas a psicólogos o psiquiatras.