Líbranos de la desmesura

Líbranos de la desmesura

“Vamos pa’ allá, Miguel, que hemos estao en sitios peores”, dice Ángel Ruiz a poco de comenzar Miguel de Molina al desnudo, la obra teatral en la que le pone el cuerpo con exquisito garbo, a la historia del faraón de la copla.

Miguel de Molina (1908-1993) fue expulsado por el franquismo de España “por maricón y por rojo” y se exilió en Argentina en 1946 tras escribirle a Eva Perón, quien le dio amparo. Dirigido por Félix Estaire, el unipersonal en el que Ruiz se luce como intérprete de algunos de los temas emblemáticos del cantante andaluz (Ojos verdes y La bien pagá, entre otros), se exhibió hasta hace pocos días en Buenos Aires (si lo reponen, no dude en comprar una entrada).

Ruiz dedicó su última función al público porteño: “Nunca me habían tratado así. No me extraña que Miguel se haya enamorado de esta ciudad. Mi cuerpo se va, pero mi corazón se queda”, dijo el actor nacido en Pamplona, a quienes lo ovacionaron de pie en el Teatro Picadero.




Miguel Frías de Molina, conocido artísticamente como Miguel de Molina, apodado “el faraón de la copla”, falleció en Buenos Aires en 1993.

Excesivos, querendones, nos calza como un guante el estribillo de Te lo juro yo, una de las canciones de esa noche: “Por ti, contaría la arena del mar…”. Celebramos a rabiar a los artistas cuando sentimos que lo han dado todo sobre las tablas y ningún asador que nos agasaja se queda sin su mimo, aunque esas tareas sean exactamente lo que le cabe a cada uno de ellos en su rol. Somos así. “Pecho frío” es una ofensa. A entregados, no nos ganan, pero al derrape, tampoco. Sanguíneos al punto de mentar a la madre del insultado para herir desde el origen si alguien nos roza, podemos desbarrancar en desmesura.

Ese factor emocional, que tanto han destacado los analistas políticos tras el resultado de las primarias recientes (el voto no es racional sino visceral, sería la apretada síntesis), se manifiesta en un abanico de expresiones (del teatro a las urnas) y según en qué contexto puede ser un sello de calidez que distingue o un desborde que juega malas pasadas.

La ilusión es un combustible necesario para sentirse vivo. Pero cuando hablamos de futuro, quizá convenga desconfiar del ilusionismo y que cabeza y corazón no se distancien. Cuando me hablan de dolarización, tiemblo. No es prejuicio sino memoria. Vivimos dolarizados durante la convertibilidad. Salir de eso te cuesta un 2001.